Zapatero de Oficio de Orizaba, Veracruz
Por: Manuel Lucio/Retratista
En una pequeña y pintoresca aldea, donde el bullicio de la vida moderna parecía no haber llegado aún, vivía un zapatero conocido por su destreza artesanal y su dedicación a su oficio. Este hombre, de nombre Roberto, había heredado el taller de su abuelo Fredesbindo, además de zapatero, fue talabartero y fiel campesino donde sembraba todo tipo de frutas y legumbres como el maíz y frijol en su natal Estado de Chiapas.
Su oficio lo había convertido en un refugio de tradición y excelencia; sus manos, curtidas por los años de trabajo, eran capaces de transformar simples trozos de cuero en verdaderas obras de arte que calzaban a la perfección los pies de los aldeanos. Este oficio lo dio en herencia a su nieto Roberto…
Una mañana, entró en su establecimiento una joven y sostenía un par de zapatos gastados, pero claramente apreciados. La dama, explicó que aquellos zapatos habían sido un regalo de su difunta madre y que los atesoraba con todo su corazón. Sin embargo, el tiempo había dejado su huella en ellos, y ella deseaba los repararan. Don Roberto trabajó incansablemente en los zapatos, analizó cada costura, grieta y seleccionó los mejores materiales para la reparación. A medida que avanzaba, no solo se dedicaba a restaurar el cuero y las suelas, sino que también parecía impregnar cada puntada con un poco de su alma. Días después, la joven regresó al taller, recibió los zapatos y los ojos de la dama se llenaron de lágrimas al ver el resultado: no solo estaban como nuevos, sino que parecían irradiar una nueva vida.
Este encuentro fortuito entre el zapatero y la dama se convirtió en una leyenda en la aldea, un testimonio del poder del arte y la dedicación: “A mis 64 años, quizás por mi apariencia y carácter, ven en mí reflejo la sinceridad en mi rostro, con el compromiso de recibirlos cada día con una sonrisa y una actitud amable, ¡es mi lema!”.