¿Cuántas veces he pensado en la pequeña versión de mí misma a los 9 años? Bailarina, curiosa, artista de corazón inquieto que movía el cuerpo al compás de mi reflejo, y que robaba atención con desdén a cualquier par de ojos que pudiera mirarme mientras acariciaba mi cabello y reía para mí. No puedo evitar sentirme feliz por ella, por recordarla, por recordarme. Y pregunto: ¿En qué momento se vuelve tan complicado disfrutar, disfrutarse?
Y es que, ¿Quién no ha pensado en la lista de la compra, los reportes del trabajo, la deuda de la tarjeta o la visita familiar en medio de una relación sexual? Al parecer, después de cierta edad no solo es uno quien “entra a la sociedad”, sino que la sociedad también entra en nosotros, se sienta en nuestras camas y a veces se queda a dormir.
Estrés, facturas, anticonceptivos, desengaños, capitalismo, consumismo y mal de amores; el cóctel perfecto para ver tu libido desaparecer. En un mundo donde el deseo está a un clic de distancia y las fantasías se consumen más rápido que un reel en redes sociales, resulta paradójico que la libido esté en declive.
Pero lo cierto es que la hiperconexión, lejos de estimularnos, nos está apagando. La saturación de estímulos, el ritmo frenético de la vida moderna y la constante exposición a lo idealizado nos han llevado a un desgaste emocional que deja poco espacio para la intimidad real.
Nos encontramos en un momento donde el placer se ha vuelto un producto más, estandarizado, filtrado y tan accesible que ha perdido su misterio. Ya no hay anticipación, no hay curiosidad; todo está disponible al instante y con ello se diluye el deseo.
La libido se alimenta del anhelo, de lo que no se tiene; pero, ¿Qué pasa cuando todo está al alcance? Nos volvemos insensibles, cómodos en la pasividad, y terminamos procrastinando incluso el placer. El deseo en las relaciones de largo plazo se construye y se alimenta de la conexión emocional, pero cuando gran parte de la energía se gasta en la hiperconectividad, queda poco espacio para lo íntimo. ¿Cómo competir con un scroll infinito que ofrece una dosis constante de dopamina sin esfuerzo? Ya no solo se trata de la típica “falta de tiempo” por las obligaciones laborales o familiares; ahora la competencia para captar la atención de la pareja incluye notificaciones, series y un sinfín de distracciones que se cuelan en la cama.
Ahora que lo pienso, esa pequeña Emily de 9 años me da hoy un poco de envidia. Incluso como una mujer libertina, liberal y librepensadora, me resulta fácil perderme en el agobio de la cotidianidad y la adultez. ¿Cuánto añoramos a veces bailar sin pena, admirar nuestro cuerpo, o reírnos a carcajadas sin pedir disculpas?
Conociéndome, ya me hubiera reprochado por los placeres banales de tacones altos y labial rojo. Estaría harta del café de las mañanas, los mensajes hasta tarde y las comidas hipócritas detrás de las que todos escondemos nuestras ganas. Y me diría: “Carajo, solo disfruta.”
El exceso de opciones también es paralizante. Las aplicaciones de citas y la cultura del swipe han reducido el cortejo a un mercado de consumo, donde cada persona es evaluada como si fuese un producto en un catálogo. Esta superficialidad, sumada al miedo al rechazo y a la presión de cumplir con expectativas irreales, ha hecho que el sexo deje de ser una experiencia compartida para convertirse en un acto solitario y funcional, despojado de cualquier conexión emocional.
Además, el desgaste de los cuerpos y las mentes sobreexpuestos a lo idealizado genera inseguridades. Las expectativas irrealistas alimentadas por la pornografía y los cuerpos perfectos de Instagram inyectan dudas en la intimidad. ¿Estoy a la altura? ¿Estoy cumpliendo con lo que se espera de mí? Estas preguntas, aunque no siempre verbalizadas, pesan y muchas veces son la gota que apaga la llama en las relaciones. El resultado es una convivencia más cómoda que pasional, donde la zona de confort se convierte en un refugio que evita riesgos, pero también evita la chispa del deseo.
Y si a todo esto sumamos el estrés, la precariedad económica y la constante distracción tecnológica, es fácil entender por qué la libido ha pasado a un segundo plano. En lugar de entregarnos al deseo, preferimos la comodidad de un “me gusta” o la doble moral de “un fueguito” en una pantalla que no nos exige más que atención momentánea. ¡Hipócritas! Hubiera gritado ya la pequeña Emily.
La falta de libido en la actualidad no es solo una cuestión biológica, es el reflejo de una sociedad que, a pesar de estar más conectada que nunca, ha olvidado lo que significa verdaderamente conectar.
En el fondo, esta falta de libido es un síntoma de desconexión. Nos vemos, estamos juntos, compartimos un espacio, pero no realmente nos encontramos. Sin el misterio, sin el esfuerzo consciente de reconectar, el deseo se vuelve rutinario y monótono, dejando que la vida compartida se convierta en una rutina más que en una danza de complicidad y erotismo. La solución quizá no radica en buscar nuevas técnicas o terapias, sino en desconectar del ruido externo y recordar que la intimidad se construye en los pequeños momentos de presencia y atención real, en aquellos espacios donde nos volvemos a mirar, más allá de la pantalla.
Te invito a escribir a mi correo [email protected], juntos, podemos explorar y desmitificar el placer sin prejuicios, volver a disfrutar y disfrutarnos. Recuerda que siempre deseo y desearé que tus orgasmos se multipliquen.
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