La peligrosa devoción por el poder ejecutivo, la evolución del Tlatoani, al virrey y al caudillo. La figura presidencial es la principal línea de polarización ya que tiene la fuerza de encarnar el discurso de “ustedes los ricos y nosotros los pobres”; verbalizar al pueblo y excluirlo de cualquier responsabilidad política y ponderar a los empresarios como los responsables de los males de su existencia.
Desde las campañas electorales, la figura presidencial encarna el problema, es la esencia de las desgracias. Llegar a la silla presidencial, ese lugar que despreció Doroteo Arango, se ha convertido en la línea central de la polarización. Pero no estamos hablando de México, aunque parece una descripción. Me refiero a The Cult of the Presidency, el último libro de Gene Healy, vicepresidente del Instituto Cato, con estudios en las universidades de Georgetown y Chicago.
El autor expone que en la reciente elección en Estados Unidos, “nosotros, el pueblo” tenemos la culpa. “Los estadounidenses de cada división rojo-azul exigen un presidente que pueda crear empleos, enseñar bien a nuestros hijos, atender al “alma nacional” y vencer a sus enemigos de la guerra cultural. Nuestra cultura política ha investido a la oficina con responsabilidades absurdamente amplias, y como resultado, el titular del cargo ejerce poderes que ningún ser humano debería tener”.
Gene Healy enfatiza que un nuevo indicador en el análisis electoral, es el aumento del odio partidista que hace necesario volver a limitar el poder ejecutivo. La política se ha convertido en una actividad salvaje, con encuestas que muestran que mayorías sustanciales de demócratas y republicanos ven a los miembros del otro partido como “una grave amenaza para los Estados Unidos y su pueblo”. Recordemos que Baruch Spinoza decía en Ética demostrada según el orden geométrico que el “odio es una tristeza acompañada por la idea de una causa externa”. La tristeza nos gobierna.
Hoy delegamos la pasión contraria al odio, que es la alegría o la felicidad al castigo verbal del líder carismático. Ante cualquier crítica al actuar del Presidente, nos toparemos con el sermón de que la mayoría decidió esa forma de gobierno. Sin embargo, en una República, hay otros dos poderes que deben ser un contrapeso al poder gubernamental. La pregunta es ¿Si los sueños de una persona encarnan los sueños de todos?, para mí no, pero para más de 35 millones de mexicanos sí.
Recordemos que en el debate de EE. UU. del 10 de septiembre la candidata Demócrata, puso el dedo en la llaga, Kamala Harris cuestionó: Si asisten a un mitin de Trump “notarán que la gente comienza a abandonar sus mítines temprano por agotamiento y aburrimiento… Y les diré que de lo único que no le oirán hablar (a Trump) es de ustedes. No le oirán hablar de sus necesidades, sus sueños y sus deseos. Y les diré que creo que se merecen un presidente que realmente los ponga a ustedes en primer lugar. Y les prometo que lo haré”. La verdad tampoco coincido que Harris lo logre.
No sé si Kamala logre sus propósitos, lo que sí sé es que es imposible que los deseos de una persona materialicen los de todas y todos. En español la palabra cultus se traduce como “culto”, en inglés significa “adoración”. Para los dioses es una demostración de respeto, honor y reverencia. Ningún presidente debería de tener por parte de sus electores y pueblo estos sentimientos; todo lo demás se llama fanatismo y carece de salud política.
Por Gersón Hernández Mecalco/ Comunicólogo político, académico de la FCPyS UNAM y Maestro en Periodismo Político @gersonmecalco
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