Mi nombre es Emily Villegas, escritora erótica, periodista de la intimidad, y defensora acérrima de las no monogamias éticas. Mi primera relación no monógama la tuve con Regina, mi exnovia, y con Sofía, su madre. Sí, leyeron bien. Pero, antes de que se lleven las manos a la cabeza, se persignen, den un par de golpes de pecho y me juzguen por esta confesión, dejemos claro de qué se trata todo esto de la no monogamia.
Cuando decimos “no monogamias éticas,” a muchos les salta la tía panista que todos llevamos dentro y gritan: “¡Ah, infidelidad disfrazada!” o “¡Qué libertina!”, y si eres mujer y además soltera, olvídalo, ya tienes la “bendita” etiqueta de “puta”. Pero bueno, empecemos por lo básico, la palabra infiel significa FALTO DE FE. ¿No te parece curioso, que la palabra infiel implique una falta de fe en algo? Como si tener más de un vínculo físico o afectivo fuera un acto de herejía. Pero, ¿y si sacamos de nuestra mente aquello que la moral en turno nos impone y cuestionamos un poquito nuestras creencias? Porque nosotros, los no monógamos, estamos redefiniendo el concepto de fe… Si. Fe en que la pareja puede ser un proyecto de libertad, de acuerdos, de negociación honesta, y sobre todo, de mucho amor, aunque este amor venga en más de una presentación.
Hemos sido programados para pensar que el amor debe caber en una sola forma. La monogamia tradicional se nos presenta como ese plato principal en el gran banquete de la vida. Pero, ¿alguna vez se han preguntado por qué no podemos tener postre antes del plato fuerte, o incluso probar más de un platillo al mismo tiempo? Como cuando comes una mandarina: nadie te dice que sólo puedes disfrutar de un gajo, sino que la belleza está en disfrutarla toda, y si quieres, hasta compartirla.
Las no monogamias éticas son algo más complejo y, sí, más satisfactorio que ese concepto rígido de fidelidad que nos inculcaron desde pequeños. Son relaciones en las que dos o más personas acuerdan, de manera consciente y con respeto mutuo, no limitarse a una única pareja afectiva o sexual. A diferencia de la infidelidad, donde hay engaño, las relaciones no monógamas éticas se basan en la honestidad brutal: transparencia, comunicación constante, acuerdos claros y el consentimiento de todas las partes involucradas. Es como jugar una partida de dominó donde todas las fichas están sobre la mesa, bien visibles.
Ahora, pongámonos filosóficos: ¿de verdad crees que la monogamia es la norma universal de amar? ¡Claro!, Hollywood, la iglesia y la rosa de Guadalupe nos han vendido esa idea, pero si miramos la historia, la monogamia es una construcción cultural más que una inclinación natural. La historia y las culturas del mundo están llenas de ejemplos de sociedades no monógamas, donde las relaciones abiertas, poligámicas o poliamorosas eran, y en muchos casos siguen siendo, la norma. Para empezar, hojeemos un poquito la Biblia: ¿acaso alguien no leyó sobre los patriarcas bíblicos? Abraham tenía a Sara, sí, pero también a Agar, la madre de su hijo Ismael. Y ni hablemos de Salomón, el rey más sabio de todos, quien tuvo (más o menos) 700 esposas y 300 concubinas. Si eso no es una indicación de que la monogamia no es precisamente el “default” divino, no sé qué lo sería.
Pero claro, aquí es donde quizá te empezarás a preguntar: “¿Y los celos?” Ah, los celos, ese pequeño monstruo que todos llevamos dentro. A ver, no nos hagamos tontos: los celos no desaparecen por arte de magia solo porque decidimos abrir nuestras relaciones. Lo que cambia es la manera en que los enfrentamos. En lugar de verlos como un demonio que hay que reprimir, las no monogamias te invitan a analizarlos, a enfrentarlos de cara, como si fueran los gajitos de la mandarina que hay que pelar uno por uno. Detrás de los celos están nuestras inseguridades, nuestro miedo a no ser suficientes. Pero, créanme, se trabaja.
Sí, las no monogamias pueden ser más complicadas. No es el cuento de hadas donde todo es fácil y un jardín de rosas. Pero, ¿saben qué? El amor nunca es fácil, sea monógamo o no. Las relaciones no monógamas se parecen más a una conversación infinita, a la sobremesa más larga de tu vida, donde cada palabra y cada sentimiento se pone sobre la mesa. La belleza de las relaciones no monógamas éticas está en que son proyectos vivos, donde el amor se trabaja, se negocia, y se reinventa constantemente. Y aunque suene agotador, hay algo mágico en desnudar nuestras vulnerabilidades frente a otra persona. Es como bailar: entre más bailas, más te entiendes a ti misma y a la persona con la que bailas.
Las no monogamias no son para todos, y no lo digo como advertencia, sino como realidad. Si estás en una relación conflictiva y crees que abrirla resolverá los problemas, mejor piénsalo dos veces. Si tu pareja y tú no pueden ni ponerse de acuerdo en quién saca la basura, imagínate lo que sería negociar con quién compartes la cama.
Al final del día, este tipo de relaciones son una invitación a cuestionar, a romper las reglas que no te hacen feliz y a ser brutalmente honesto contigo mismo y con los demás. No es una moda ni un capricho, es una forma de reescribir las historias de amor que nos contaron. Porque, ¿acaso no es más emocionante cuando te das cuenta de que el amor no tiene límites ni fórmulas preestablecidas?
Como dicen en el jardín de adultos: “Una persona puede ser muchas cosas a la vez, y hay quienes experimentan distintos tipos de relaciones a lo largo de su vida o incluso de manera simultánea”. Es decir, una forma de relacionarse no invalida a la otra. Después de un año y medio, mi relación con Regina llegó a su fin, pero hoy seguimos siendo grandes amigas; ahora ella está casada con una maravillosa mujer. En cuanto a su madre, cada vez que coincidimos, nos saludamos con una sonrisa cómplice y, a veces, con esos deseos que permanecen latentes.
Así que, después de todo lo que te he contado, ¿por qué no probar? No digo que tires tus viejas creencias al caño, pero ¿no sería interesante ponerlas bajo la lupa y cuestionarlas un poquito? Al final, el amor, como la vida misma, es un experimento constante. No tenemos garantías, ni siquiera en la monogamia, ¿verdad? Entonces, ¿qué pasaría si nos permitiéramos jugar con las reglas del deseo, romper un poco el molde que nos han dado, y aceptar que, quizá, el amor no tiene por qué limitarse a una sola persona? ¿Qué si las emociones, como los gajos de una mandarina, pueden disfrutarse en múltiples formas y sabores, sin que una cancele a la otra?
Esto no se trata de convencerte de nada, sino de invitarte a que te cuestiones y explores. Como todo en la vida, la no monogamia no es una solución mágica, ni una fórmula secreta para la felicidad eterna. Pero, ¿y si lo fuera para ti? ¿Y si, en lugar de temer a lo desconocido, nos lanzamos a explorar qué hay más allá de los límites que nos enseñaron? Como en cualquier baile, al principio hay torpeza, miedo al qué dirán, a pisar mal, pero luego llega ese momento en el que te dejas llevar, sientes la música y entonces, te das cuenta de que la vida, el amor, y las relaciones pueden bailarse al ritmo que tú elijas.
Y a ti, ¿Te gustaría probar y vivir una relación no monógama ética? Si tienes dudas, secretos que confesar, sugerencias sobre temas o sólo quieres desahogarte, escríbeme a [email protected] Juntos podemos explorar y desmitificar el placer y la intimidad sin prejuicios.
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