La fantasía de salir con alguien mayor siempre ha estado en la mente colectiva. Es una idea que mezcla el morbo y la emoción de transgredir lo “apropiado”, con la tentación de explorar un amor donde la experiencia y la sabiduría se mezclan con la juventud y el deseo. En las relaciones de parejas de distintas edades, se encuentran historias que desafían los clichés y muestran que la atracción no conoce calendarios ni manuales de lo “correcto”.
Es cierto que las relaciones con diferencias de edad siguen rodeadas de estigmas, especialmente cuando la diferencia es significativa. Mi primer antojo por la carne madura surgió en mis años de secundaria, cuando observaba con minuciosa atención cómo el agua resbalaba sobre la piel desnuda de Leo, mi vecino, quien a través de la ventana de su ducha, me permitía admirar los detalles en color madera fresno curtida que esos maravillosos 39 años habían labrado en su cuerpo. Era un deleite clandestino, un festín visual que encendía fantasías apenas nacientes.
Los términos “cougar” o “sugar daddy” encapsulan la fascinación social y el juicio por lo que se percibe como una dinámica de poder desigual o incluso moralmente cuestionable. Sin embargo, ¿qué hay detrás de esas etiquetas? Tal vez un deseo de encontrar aquello que la juventud no ha dado aún, o la necesidad de conectar con alguien que posea esa intensidad que las arrugas y el tiempo han enseñado a valorar.
Para muchos, el atractivo de una pareja mayor (emocional o sexual) radica en la posibilidad de experimentar un tipo de intimidad más madura, donde los juegos y las dudas de la juventud quedan atrás, dejando espacio para una conexión más libre y honesta. La diferencia de edad trae consigo un intercambio donde la juventud puede inspirar entusiasmo y frescura, y la madurez, estabilidad y seguridad. El secreto está en entender que estas relaciones no son una cuestión de quién enseña a quién, sino de cómo ambos pueden aprender y crecer juntos, explorando placeres y caminos que tal vez no habían considerado antes.
La noche del viernes 14 de abril del 2017 tuve sexo por primera vez con dos hombres mayores a mi. Tenía 20 años entonces. Don Diego era mi suegro, 51 años, padre de Regina, mi ex novia, me gustaba demasiado su conversación profunda y crítica, su conocimiento vasto sobre literatura clásica y su mirada color whisky 18. El otro, Rodrigo, esposo de Mariana, y con quien mi suegro intercambiaba parejas esa noche.
Desde siempre, el amor ha tenido que ver más con el contexto que con la edad. En la antigua Roma, las uniones entre personas de distintas generaciones no eran vistas con los mismos ojos que en el siglo XXI. El juicio sobre este tipo de relaciones ha evolucionado con el tiempo, reflejando las dinámicas de poder, el cambio de roles de género y las expectativas sociales. Hoy, en una época donde se promueve la libertad individual y el amor diverso, aún persisten tabúes y críticas hacia aquellos que eligen salir de lo normativo, ya sea para estar con alguien más joven o con una pareja mucho mayor.
La fantasía de estar con alguien mayor no siempre tiene que ver con buscar una figura paternal o maternal, como suelen argumentar los detractores. A menudo, está más relacionada con la atracción hacia una persona que ha alcanzado una etapa en su vida donde las inseguridades han quedado atrás y la madurez le permite expresar su deseo de manera directa. Hay algo excitante en la manera en que alguien mayor puede transmitir su experiencia en la cama y fuera de ella, y cómo esa calma seductora puede convertirse en un poderoso afrodisíaco para quien busca más que simples conquistas superficiales.
Por otro lado, el deseo de explorar una relación con una pareja más joven también es válido. Hay quienes encuentran en la juventud una chispa que reaviva su vitalidad y que desafía las limitaciones impuestas por la edad. Para algunos, estar con una pareja más joven puede significar romper con el temor al paso del tiempo, un recordatorio de que la vida está lejos de ser estática, y que siempre se pueden encontrar nuevas formas de disfrutarla.
Claro, las diferencias generacionales traen consigo retos. Los gustos musicales, las referencias culturales, y hasta las perspectivas sobre el uso de la tecnología, pueden ser una fuente de desencuentro. Pero estas diferencias también son una oportunidad para redescubrir el mundo con ojos nuevos, para compartir esos pequeños placeres que tal vez habíamos olvidado o dejado pasar por la rutina. Porque al final, ¿qué es una relación sino la oportunidad de descubrir algo nuevo sobre uno mismo y el otro?
A principios de mis 20 experimenté y probé mucho. Mantuve una relación incestuosa con mi suegra y mi novia. A veces juntas, a veces por separado, pero siempre en común acuerdo. Sofía, mi suegra en aquellos años, tenía 49. Abogada. Piernas como edificios, nalgas duras como yegua y unos senos en gota que jamás envejecían. Adoraba su elegancia, siempre lista para seducir al mundo vestida de Yves Saint Laurent y perfumada en jazmín y cedro. Lejos de las intensas sesiones de sexo y fluidos, nuestras tardes de vino, maridadas con profundas reflexiones filosóficas sobre la moralidad, el derecho y la justicia, hacían que mi amor por ella creciera. En esos momentos, sus labios se volvían más sensuales y su voz más tersa, cada palabra cargada de una atracción que iba más allá del deseo físico. Era un juego de complicidad, donde las ideas se entrelazaban con el placer y el erotismo surgía no sólo de los cuerpos, sino también de nuestras mentes en sintonía.
En la comunidad LGBTQ+, las parejas con diferencias de edad son incluso más comunes que en las relaciones heterosexuales. Esto puede deberse a que, en esos contextos, la búsqueda de una pareja no está determinada por la expectativa de concebir hijos, lo que hace que la edad sea un factor menos relevante en la ecuación amorosa. En esos casos, las relaciones son un testimonio de que el amor va más allá de la biología, y que la química y la conexión emocional pesan mucho más que la cifra en el calendario.
Sin embargo, la fantasía de estar con una pareja mayor no debería ser vista con ojos ingenuos. No todo es miel sobre hojuelas cuando se trata de transitar por caminos donde la brecha generacional puede convertirse en un abismo. La crítica social y la presión de los estereotipos pueden afectar la dinámica de la relación. Y, por supuesto, el contexto histórico en el que vivimos, donde se han puesto bajo la lupa las dinámicas de poder tras el movimiento #MeToo, ha sensibilizado más a las personas ante posibles situaciones de desigualdad o manipulación.
Por otro lado, también es cierto que las relaciones con parejas de edades similares no son una garantía de felicidad. Estudios sugieren que la satisfacción conyugal tiende a ser mayor en los primeros años cuando existe una diferencia de edad significativa. Sin embargo, con el tiempo, esa brecha puede ampliar los conflictos y llevar a una mayor probabilidad de divorcio en comparación con las parejas de edades similares. Pero, ¿acaso el amor no es, de por sí, un acto de valentía en el que las garantías están de más? Al final, se trata de elegir a la persona con la que quieres enfrentarte al mundo, independientemente de la edad.
Así que, a aquellos que miran con recelo las uniones con diferencia de edad, les diría: cuestionen sus prejuicios y piensen si el amor y el deseo no es más interesante cuando desafía nuestras ideas preconcebidas. Al fin y al cabo, vivir es un acto rebelde y amar, aún más. ¿Y quién puede culparnos por querer darle la vuelta al reloj y atrevernos a sentir con alguien que ha vivido más o menos que nosotros?
En un mundo donde el tiempo es el único bien no renovable, la fantasía de estar con una pareja mayor no es más que una forma de explorar esa sensación de que la vida puede ser tan diversa y sorprendente como queramos. Porque al final del día, lo que nos une no son los años vividos, sino los momentos compartidos. Y esos, querida lectora o lector, no tienen fecha de caducidad.
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