Steven Spielberg acaba de recrear una bella carta de amor al séptimo arte, a su infancia, a una época llena de nostalgia que te hace quedar con un nudo en la garganta ante la representación del nacimiento de un cineasta…
“Los Fabelman” es una de esas películas que al terminar de verla sientes que vuelves a vivir, es como un sueño hecho realidad que pese a tratarse de un drama como muchos que ocurren dentro de las familias, aquí existe demasiada nostalgia y amor en cada escena y principalmente en cada personaje con inolvidables actuaciones; pero hay una magia que está impregnada dentro de ese núcleo en el que una de sus piezas permanece en eterna depresión, es infeliz, con ansiedades e inseguridades, en donde nace un amor oculto que trae consecuencias con el paso del tiempo, pero la gentileza de un hombre hace dudar una ruptura anunciada, pero al parecer necesaria.
Este es un film semiautobiográfico de la propia infancia y juventud del director Spielberg, quien nos lleva a un hermoso viaje a finales de la década de 1950 y principios de los años 60, donde un niño de Arizona llamado Sammy Fabelman, influido por su excéntrica madre artista (Michelle Williams), y su pragmático e inteligente padre, ingeniero informático (Paul Dano), lo hace vivir una experiencia única después de ver la película “El mayor espectáculo del mundo”, durante su infancia, llevándolo a enamorarse perdidamente del cine. Armado con una cámara y contando con la ayuda de su madre, Sammy trata de filmar su primera película en casa, pero en la marcha descubre un secreto familiar devastador, explorando cómo el poder de las películas puede ayudarlo a contar historias y a forjar su propia identidad, la de un joven que se sabe diferente, ya que es un chico que sabe que odia la escuela, pero que encuentra la necesidad de filmar, crear y conservar momentos para ayudar en las emociones a su madre y no fallarle a su padre, quien considera que su gusto es solo un hobbie al que no debe dedicarle mucho tiempo para que se concentre en convertirse en un profesionista.
Este es un retrato profundamente personal sobre la infancia a través de una historia universal de madurez sobre un joven solitario que persiguió sus sueños, y es que la cinta explora el amor, la ambición artística, los sacrificios, los momentos de descubrimiento que nos permiten vislumbrar la verdad sobre nosotros mismos y nuestros padres con claridad y compasión, en donde se considera que la culpa es un desperdicio de emociones y donde la gentileza es el arma para triunfar aunque a veces pareciera que no es suficiente.
Esta película es una carta a la enseñanza, de lo importante que es la familia, el valorarte como persona y luchar por conseguir tus sueños, pero lo que principalmente recordaremos de ella son sus impecables actuaciones por parte de Michelle Williams, Paul Dano y Gabriel LaBelle, en esta narración con una enorme cantidad de anécdotas que además de ser contadas las podemos ver y sentir, con un guión sólido, que abarca diversos años; una musicalización que te endulza, emocionante y dura a la vez, emotiva y apasionada, intensa y llena de fragmentos que capturan cada momento de una familia que se fracturó, pero en la que la fuerza de voluntad de todos siempre existió.