martes, diciembre 3, 2024
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Amante mandarina: A escondidas

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El sexo en público es una fantasía traviesa que vive en el limbo entre lo erótico y lo ilegal, entre el deseo y el escándalo viral. Es ese chile que te encuentras en el plato sin avisar: sabes que puede picar, pero lo pruebas de todas formas, buscando el placer que solo el riesgo puede ofrecer. Desde los aventurados que se juegan entre matorrales hasta los más descarados que buscan la mirada curiosa de algún transeúnte, el erotismo de hacerlo “a plena vista” tiene un sabor que pocos se atreven a probar, pero que muchos sueñan con saborear.

El morbo y la adrenalina que envuelven el sexo en público no son meros caprichos aislados. La fantasía de ser observado o de observar a otros mientras tienen sexo es mucho más común de lo que muchos podrían pensar. Según estudios recientes, 6 de cada 10 hombres y 4 de cada 10 mujeres han fantaseado con ver a alguien desnudarse sin ser detectados. Y eso no es todo: 44% de los hombres y 32% de las mujeres sueñan con ser fotografiados o grabados durante un encuentro sexual. El dogging y el cruising, donde parejas o individuos buscan espacios públicos para encuentros sexuales mientras otros observan, son ejemplos claros de cómo lo prohibido se mezcla con el deseo. El baño de un avión, un vestidor en una plaza departamental, un auto en carretera o, como en mi caso, las viejas butacas de un cine, son sólo algunos de los escenarios donde la excitación se funde con la posibilidad de ser descubierto, de que el ojo ajeno participe del juego

Hace un par de días decidí darme un gusto con mi amante en turno y visitar el mítico Cine París. Llevábamos semanas jugando con la idea, intercambiando mensajes calientes sobre lo que podría suceder dentro de ese cine que, según las leyendas urbanas, es un santuario del deseo clandestino donde el sexo y el voyeurismo se funden en cada esquina. Con ese tipo de reputación, ¿cómo podía resistirme?

Fin de semana. Puente nacional. Veracruz parecía más lento de lo normal, el calor denso y pegajoso. Esperamos a que la noche cayera y dimos marcha. Estacionamos enfrente. Buscamos comentarios y recomendaciones en redes sociales. “Lo bueno se pone después de las 10:00 pm” decía una reseña. Bajamos del auto y cruzamos la calle, El Parque Zamora nos vigilaba, ese del que se rumorea es uno de los puntos donde el cruising florece al anochecer.

¿Quién no ha tenido la fantasía de aventarse un rapidín en algún lugar público, donde el mero hecho de poder ser visto moja entrepiernas más que la mismísima escena? El parque, el auto estacionado en algún callejón, un baño de restaurante o las cabinas de un “cyber café”. No se trata solo de hacer lo indebido, es esa tensión que electrifica el ambiente, esa sensación de que, en cualquier momento, puedes ser atrapado con los calzones (literalmente) abajo. Y claro, ahí es donde entra el verdadero chiste: la posibilidad de ser descubierto es lo que le da ese toque de locura y perversión a la situación.

El Cine París es todo lo que te imaginas y más. Un vestigio de otra era, un lugar donde las paredes huelen a sexo reprimido, esperma seco y el aire está cargado de deseo sin filtro. Al cruzar la puerta, me recibió la oscuridad, rota solo por el parpadeo tenue de una pantalla que proyectaba una película porno de los años 90. Pero, honestamente, nadie estaba ahí para ver la película. En el fondo, sentías la vibración de algo más que las imágenes proyectadas. Los susurros, los gemidos sutiles, y el inconfundible sonido de piel contra piel resonaban en el aire como una sinfonía clandestina.

Tener sexo en lugares públicos añade un grado de morbo que no tiene comparación. No se trata solo de sentir placer físico, sino de ese hormigueo en la piel que provoca la posibilidad de ser descubierto. Es un juego entre la adrenalina y la carne caliente, donde el jadeo no solo es de excitación, sino de nerviosismo.

Porque, no nos engañemos, parte del atractivo del sexo en público no es solo el placer del cuerpo, sino también el del ojo ajeno. Hay algo en esa idea de estar siendo observado que enciende los instintos más básicos y primitivos. El exhibicionismo es el primo travieso del deseo, ese que se cuela en las fantasías más atrevidas, donde el placer no solo está en lo que se siente, sino en lo que otros podrían estar viendo… y sintiendo. Y, por supuesto, ahí están los voyeurs, esos que disfrutan de la escena desde las sombras, con una mano disimulada en el bolsillo o entre la falda, y una sonrisa torcida en los labios. En el mundo de la exhibición perversa, cualquier lugar puede convertirse en el escenario perfecto para una buena función de placer clandestino.

Mi amante me tomó de la mano y, entre risas nerviosas, nos adentramos más en la penumbra, como si fuéramos dos adolescentes traviesos buscando algo más que besos robados en el cine. No tardamos mucho en notar que las reglas del lugar eran simples: todo estaba permitido, siempre que estuvieras dispuesto a ser observado. Dogging, le dicen algunos. Ese arte de tener sexo mientras otros miran, o incluso se atreven a participar.

“La planta alta es para parejas, por si quieren si quieren subir” nos dijo el taquillero mientras me veía el culo. Nos acomodamos en la primera fila, cuál palco del estadio. Las butacas ásperas crujían tanto como nuestros deseos. A nuestro alrededor, las sombras se movían en una danza lenta y sensual. Vi a una pareja, butacas al lado, entregarse a lo suyo, y detrás de ellos, un hombre solo, observando con una sonrisa ladeada y la diestra en su mástil erecto. El morbo de ser vistos encendía algo en mí que desde niña sabía que existía. Sentí un cosquilleo recorrerme la espalda y miré a mi amante, que me devolvió una mirada cómplice. Ahí, en esa oscuridad compartida, nos dejamos llevar por el momento.

Entre jadeos y susurros, sentí esa mezcla embriagadora de deseo y adrenalina que solo el sexo en público puede ofrecer. Era un juego peligroso y deliciosamente excitante. ¿Quién nos estaba mirando? ¿Quién fantaseaba con lo que estaba sucediendo en la última fila? Concentré mi atención en engullir el dulce frente a mi. Me di cuenta de que ser observada no solo era excitante, sino que también me hacía sentir poderosa. Era el placer convertido en espectáculo, y nosotros éramos los protagonistas de una obra que ninguno de los presentes se atrevería a olvidar.

Pero no todo es glamour y luces brillantes en este teatro de lo prohibido. Porque si bien el sexo en público es una bomba de adrenalina y morbo, también tiene sus bemoles. No es lo mismo echar pasión en la comodidad de tu cama que intentar encontrar la postura perfecta en un coche estrecho o entre los arbustos. Y ni hablemos del tema legal, porque sí, que te cachen in fraganti no solo puede ser un golpe bajo al ego, sino también un pase directo a los separos municipales más cercanos.

Este famoso cine no es el único lugar que ofrece este tipo de encuentros clandestinos (o al menos corren las lenguas de varios sitios más). El callejón del infiernillo en Xalapa, tiene muchos comentarios envueltos en rumores y mitos, donde se dice que en décadas pasadas, las sombras albergaban a los más osados en busca de una faena rápida al aire libre.

La playa del hotel Camino Real, donde la arena y las sobras se convierten en picaderos improvisados. Ahí, el sexo se mezcla con el sonido de las olas rompiendo en la orilla, mientras las parejas se encuentran bajo las estrellas, seguidos de cerca por los ojos curiosos de aquellos que prefieren ver desde la distancia.

De vuelta en el Cine París, el ambiente estaba cargado de una sensualidad palpable. Mi amante y yo nos perdimos en el placer, dejando que las miradas ajenas se convirtieran en parte del juego. En algún punto, nos dimos cuenta de que no estábamos solos. 3 par de ojos brillaban en la penumbra. En ese momento entendí el verdadero poder del dogging, esa adrenalina que te invade al saber que estás siendo observada. No es solo el sexo lo que excita, sino la tensión de ser atrapado, de desafiar las normas sociales y entregarte al placer en su forma más pura y salvaje.

Las embestidas se pronunciaron, mis gemidos irrumpían al de las actrices en pantalla. Una pareja se acercó y se masturbaron viéndonos hasta que terminaron uno sobre el otro. Los 3 curiosos batieron el piso con su néctar. Las respiraciones eran agitadas. Mi amante explotó dentro y llenó el condón.

Cuando finalmente salimos del cine, el calor de la noche nos golpeó de lleno, pero había algo más en el aire. Una especie de complicidad silenciosa entre nosotros, como si hubiéramos compartido algo más que una simple aventura sexual. Habíamos sido parte de una comunidad secreta, un submundo donde el deseo reina sin prejuicios y donde lo prohibido es la norma.

Subimos al auto, manejamos un par de cuadras y estacionamos para caminar un poco. Rodeados de turistas ajenos a lo que acababa de suceder, supe que el Cine París sería un lugar al que regresaríamos. No por la película, claro está, sino por esa sensación inigualable de libertad que solo el sexo en público puede ofrecer. Porque en el fondo, todos buscamos un poco de peligro, un poco de morbo, y tal vez, solo tal vez, un par de ojos que nos observen mientras cruzamos esa línea entre lo permitido y lo deseado.

En el fondo, el sexo en público no es más que otro capítulo en el gran libro del erotismo, uno donde las reglas se difuminan y el placer se mezcla con la adrenalina. Porque, aunque no siempre sea fácil ni seguro, lo que está claro es que el morbo siempre estará asegurado. Así que la próxima vez que subas a un ascensor o camines por un parque al anochecer, deja volar la imaginación. Nunca sabes quién podría estar disfrutando de una escena digna de película erótica… o tal vez seas tú el protagonista de la siguiente.

Y tú, ¿Te atreverías a cruzar esa línea, o seguirías fantaseando desde las sombras? Si tienes dudas, secretos que confesar, sugerencias sobre temas o sólo quieres desahogarte, escríbeme a [email protected]Juntos podemos explorar y desmitificar el placer y la intimidad sin prejuicios. Sígueme en todas mis redes, hagamos que esta comunidad cada día crezca más, y hablemos más de nuestra intimidad sin tabúes. Espero tus correos o mensajes directos en mis redes con muchas ansias. Y recuerda: “¡Siempre deseo profundamente que tus orgasmos se multipliquen!”.

Por Emily Villegas

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