Desde tiempos inmemoriales, los hombres han tenido una fascinación, una obsesión inquebrantable por entender el universo femenino, como si nuestras miradas de acertijo y nuestras sonrisas enigmáticas fueran un misterio que se resisten a dejar en paz. Nosotras somos, sin quererlo, ese enigma que persiguen con un fervor que hace que la búsqueda del Santo Grial parezca cosa de principiantes.
Vienen con sus preguntas, se acercan con sus ojos curiosos, y no falta quien crea que detrás de cada palabra nuestra hay pistas para entender lo que parece incomprensible. ¿Qué hacemos cuando estamos solas? ¿Cómo carajos adivinamos lo que piensan? ¿Qué pasa por nuestra cabeza cuando los vemos con esa mezcla de ternura y algo más? ¿Perversiones? ¿Fantasías? ¿Con cuántos?… ¿Con cuántas? La fascinación por desentrañar nuestros misterios es una fuerza inagotable, casi un deber sagrado. Y sí, mis queridos Poirot, bienvenidos al caso más intrigante de sus vidas: nosotras.
Porque, vamos a ver, señores: si el clítoris sigue siendo un misterio para algunos, imaginen lo que representa nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras fantasías. Lo que ustedes no alcanzan a comprender es que, en el fondo, nuestra feminidad está hecha de capas que ni siquiera nosotras mismas terminamos de conocer del todo. Así que aquí los tenemos, entre el morbo y la fascinación, tratando de navegar este laberinto de miradas y suspiros, de sonrisas a medias y palabras entrecortadas, convencidos de que tal vez, si llegan a descifrarnos, tendrán acceso a esa clave secreta que los convertirá en algo más, en cómplices de nuestras verdades más íntimas.
Y hoy, mis queridos Watsons, voy a satisfacer esa curiosidad insaciable. Porque, aunque no todo se puede entender, estoy dispuesta a abrir un poco el chismógrafo de la intimidad femenina, a ofrecerles una probadita de aquello que se esconde detrás de cada pestañeo, de cada gesto que parece trivial y que ustedes miran como si fuera la pista final. Saquen sus notas, pónganse cómodos, porque jamás tendrán esta información de nuevo de primera mano. Disfruten.
Respuesta 1: Nuestras fantasías perversas (y cómo conseguir ser parte de ellas).
Desde siempre, las fantasías sexuales han sido vistas como un club exclusivo de hombres, un juego privado donde ellos son los únicos dueños de esos pensamientos perversos, y nosotras, si acaso, somos las figurantes de lujo. Pues bien, aquí estoy para desmentir ese mito: nosotras también tenemos un universo secreto de fantasías, tan intenso y colorido como cualquier película de Lars von Trier. La diferencia es que nuestros deseos, a veces tan atrevidos como ocultos, suelen quedar guardados bajo llave. ¿Y si alguna vez te dio curiosidad ser parte de ellos? Bueno, veamos si tienes lo que se necesita.
Primero, un consejo práctico: jamás se te ocurra preguntar directamente “¿cuál es tu fantasía más oculta?” Eso es como pedir la receta secreta del mole en la primera cita. Preguntar así solo pone el freno de mano a cualquier confesión. Si quieres entrar en nuestro mundo, empieza por ser alguien con quien podamos abrirnos sin sentirnos juzgadas, porque no hay nada que espante más que la clásica mirada de asombro o —peor— la sonrisita nerviosa de quien no está listo para lo que podría oír. Crear un espacio donde se pueda hablar sin vergüenza es el primer paso para explorar esas confesiones.
Te voy a dar una pista: nuestras fantasías también pueden ser tan retorcidas y creativas como las tuyas, y no estamos aquí para asumir el papel secundario. Queremos ser protagonistas de nuestras propias historias, con derecho a decidir cuándo, cómo y con quién. Así que en lugar de querer ser el director, permítenos el papel estelar, y conviértete en el compañero que sabe seguir la narrativa sin imponer su propia versión.
Y como muestra de buena fe, aquí tienes una probadita de fantasías que siguen en mi lista de pendientes: probar el sexo tántrico, bailar en el tubo como stripper o trabajar de escort por una noche, tener un vuelo muy “interesante” a los treinta mil pies, ser acariciada y masturbada por múltiples personas o invitar a la cama con mi pareja a un delivery boy.… Así que toma nota, porque, querido, esto es solo el principio de nuestra mente perversa.
Respuesta 2: Los lugares del placer (y cómo leer el manual no escrito).
La verdadera pasión se encuentra en cómo se lee el cuerpo de una mujer, en cómo se descifra ese poema sin palabras que su piel recita solo para ti. ¿Quieres saber qué es lo que realmente disfrutamos en la intimidad? No es una coreografía de pasos exactos, no es un compendio de técnicas maestras. Nosotras nos encendemos cuando sentimos que estás ahí, que cada beso es una pregunta, cada caricia es una exploración, y que tu intención no es terminar rápido el viaje, sino descubrir cada rincón con ganas y paciencia.
Te doy un truco de oro: obsérvanos. Si al acercarte ves que nos mordemos el labio, que respiramos más profundo o que cerramos los ojos, estás en el buen camino. Esas son las señales de que nos estás leyendo bien, de que entiendes cuándo acelerar y cuándo frenar. Que, ojo, nosotras también queremos intensidad, pero la intensidad que se cocina a fuego lento, como un buen mezcal que se saborea con calma. Nada de apuros ni de ansiedad de impresionar. Queremos sentir que todo está en sintonía, como una melodía en la que cada nota es necesaria y única.
Porque, aunque ustedes no lo crean y lo hagan parecer un misterio insondable, nosotras sí sabemos lo que queremos. Nos gusta el placer que se comparte, que se experimenta sin prisas. Nos fascina cuando no solo lees nuestros deseos, sino cuando te atreves a explorarlos sin imponer tus ideas, a descubrir junto a nosotras esos rincones de placer que quizás hasta nosotras desconocíamos. Y recuerda, no es una cuestión de ser el “mejor amante” según las revistas o tu tutorial del Temach; se trata de ser ese cómplice que sabe bailar al ritmo que vamos marcando, uno que entiende que la verdadera satisfacción está en disfrutar cada momento, cada roce, cada suspiro, como si fuera un regalo compartido, y no una meta a cumplir. Así que besa, muerde, nalguea, come y hurga de nuestro jardín trasero, agárranos las nalgas en público o sólo tómanos de la mano y sonríe, pero observa, siempre observa.
Respuesta 3: Cuánto es bueno, cuánto es suficiente (el mito del superhombre).
El mito del semental inagotable, del banano gigante, del superhombre que presume (y le gusta que idolatren) su tamaño, o aguantar maratones como si la cama fuera su campo de batalla personal… Vamos, caballeros, rompan el hechizo de una vez. La mayoría de nosotras no busca gladiadores con cronómetro en mano ni campeones de resistencia o longitud. No, señores, qué flojera. Si la satisfacción se midiera en minutos, rounds o pulgadas, créanme, perderían la batalla.
Es que la gran obsesión masculina con el tamaño se ha vuelto un chiste de mal gusto, como si un par de centímetros extras fueran el pase VIP a nuestro placer. Pero, querido, la verdadera seducción no está en la “medida del equipo,” sino en cómo lo manejas. Nosotras no queremos gladiadores ni medidores, queremos a alguien que se atreva a ser parte de la experiencia, no a imponerla. Queremos a alguien que deje de preocuparse por ser la estrella del espectáculo y aprenda a soltarse, a disfrutar en el momento, a estar presente sin relojes ni etiquetas.
Al final del día, el mejor amante no es el de proporciones épicas, sino el que sabe hacernos perder en el momento, el que entiende que la verdadera conexión no se mide en centímetros ni en rounds, sino en la capacidad de entregarse sin miedo, de conectar en el ahora.
¿El tamaño y la resistencia importan? A veces, claro, para cumplir una fantasía o sacarse esa maldita curiosidad de “a ver qué se siente.” Pero, ¿saben cuál es el verdadero afrodisíaco? No es una erección interminable ni una destreza sobrehumana; es el placer compartido, la atención, esa chispa que enciende cada rincón del cuerpo cuando alguien realmente se dedica a descubrir lo que nos enciende, sin estar pendiente del marcador. Para muestra, hace apenas tres días (al día en que esta columna vea la luz) mojé la cama en un squirt como hacía mucho no sucedía. ¿Duración? Entre tres y cinco minutos (no pude más; fue explosivo). ¿La razón? Todo lo que envolvió ese momento fue simplemente perfecto.
Nosotras lo sabemos: el cuerpo humano es un ser vivo, diverso y cambiante, que no siempre es igual o está en su día estelar, y eso también tiene su encanto. Pero no pretendan ser el actor principal de una película con guion. Queremos un amante real, con dudas, con manos que tiemblan de vez en cuando y labios que se atreven a explorar sin miedo al fracaso.
Así que, caballero, si tienes esa idea de que cada encuentro es un examen y cada orgasmo una medalla, suelta el manual, los cronómetros y la regla. No hay calificación perfecta, sino momentos únicos. A veces, basta con un susurro en el oído, una caricia inesperada, una pausa en el lugar correcto. Porque lo que realmente cuenta, lo que deja huella, es cómo lograr que ambas pieles, entrelazadas, se hablen en su propio lenguaje, sin competir con la eternidad, sino disfrutando de un placer que se mide, no en resistencia, sino en pura y simple complicidad.
Respuesta 4: Encaje, tanga o cachetero (lo que dice de nosotras y representa nuestra lencería).
¿Te preguntas por qué dedicamos tanto empeño y selección a nuestra lencería? Pues aclaremos algo de una vez: la lencería no es siempre para ti. Ese encaje negro, esa seda que resbala como susurro sobre la piel, esa diminuta tanga que parte nuestros labios y se funde en nuestras nalgas, o ese conjunto rojo que, aunque te hace pensar en pasión, es para nosotras como un himno de poder. La lencería es una declaración, un recordatorio de que somos dueñas de nuestra sensualidad. Nos empodera, nos reafirma, y nos recuerda, al espejo, que somos el lujo que sabemos dar y que no necesitamos permiso para disfrutar de nuestra propia imagen.
Ahora, cuando decides apreciar nuestra elección, asegúrate de no arruinar el momento con la clásica: “¿Para qué te la pones si igual va a terminar en el piso?” Ay, ¡por Dios!, no te equivoques. Esa prenda es mucho más que una barrera temporal entre tú y la piel; es un símbolo, un preludio, una invitación a una historia, si sabes cómo leerla. La lencería es la representación de que antes de “ser tuyas”, somos nuestras. Cuando nos envolvemos en ella, celebramos nuestra feminidad y le damos el toque perfecto a un momento de deseo que ya viene cargado desde que decidimos cuál conjunto llevar.
Así que, querido observador, en vez de pensar solo en lo que sigue, mejor pregúntate qué significa. Cuando veas a una mujer en su lencería, entiende que estás frente a algo más que una simple prenda. Estás frente a una declaración sutil de poder y un guiño de complicidad. Porque, sí, aunque es probable que termine en el suelo, esa lencería le dice al mundo —y a ti si sabes mirar—: “Aquí estoy, soy todo lo que quiero ser, y me encanta jugar.”
Respuesta 5: Hablando sin hablar: nuestro lenguaje no verbal (y lo que decimos en detalles).
Para entrar de lleno al verdadero juego de la seducción femenina, no basta con intentar descifrar en palabras lo que queremos. ¡Vamos! Te estás perdiendo la mitad del mapa. Nuestro lenguaje es una obra maestra de sutilezas, y el 90% se mueve en terrenos no verbales: perfumes, prendas escogidas al detalle, colores, miradas y gestos que van dejando señales invisibles.
Empecemos por el perfume: no, no es solo una fragancia; es una declaración. Cada aroma que elegimos cuenta algo diferente. Hay perfumes para la conquista, otros que prometen ternura, algunos que insinúan aventura, y hasta los que dicen “esta noche mando yo.” Así que cuando nos acercamos y te envuelve un aroma de vainilla, almizcle o jazmín, date cuenta: es una invitación tan sutil como efectiva a un momento de dulzura y cercanía. Sabemos que el olor es un atajo al deseo. En mi caso, presta atención cuando escoja aromas frescos o cítricos como mandarina, limón, menta o bergamota; tal vez esté sugiriendo que estoy lista para el juego y la aventura, sin complicaciones.
Luego están los colores y las telas, ese lenguaje sin palabras que pronunciamos al entrar en una habitación y que solo comprende quien sabe leer entre líneas. Cuando elegimos el rojo, no hay que darle muchas vueltas: es puro deseo y seguridad, un grito descarado que no pide permiso. El negro, por su parte, es el rey del misterio; una mujer en negro es un enigma, una advertencia elegante para quienes creen que la entrada a nuestra intimidad es sencilla. Y si nos ves en blanco, no te confundas: es una invitación a conectar directamente, con una honestidad pura que asusta a más de uno. Cada color y cada textura, desde la seda lujosa hasta el sensual encaje, cuentan algo. Una prenda ajustada que abraza nuestras curvas es un guiño de confianza, un “mírame, pero no toques.” Las prendas sueltas, esas que parecen flotar en nuestra piel, dicen: “aquí estoy, cómoda y libre, sin necesidad de impresionar a nadie.” Cada prenda, cada detalle, es una pista de lo que queremos transmitir. ¿Estás listo para leer esa historia secreta que podría ser solo el preludio de algo mucho más íntimo?
Nuestro lenguaje corporal no se queda atrás. La manera en que cruzamos las piernas, cómo sostenemos una mirada un segundo más de lo necesario o cómo jugamos con un mechón de cabello… cada uno de esos gestos es una conversación silenciosa. No necesitamos un cartel de neón; una mirada de reojo o una sonrisa asomada en la comisura de los labios es suficiente para que, si estás prestando atención, entiendas que te estamos invitando a dar el siguiente paso.
¿Quieres aprender a leernos? Olvida el tutorial de TikTok y empieza a observar de verdad. La próxima vez que nos veas, date cuenta de cómo dejamos migajas en forma de aromas, colores y gestos sutiles. En ese lenguaje está todo lo que necesitas saber, y quien sabe leerlo llevará siempre la ventaja.
Respuesta 6: Del dicho al hecho (¿Incongruencia o realidad?)
Ay, esa “incongruencia femenina” que tanto les confunde y que nosotras, muy en secreto, adoramos dejar en el aire. Nos enseñaron a ser cuidadosas, a medir nuestras palabras, a no soltar todo de golpe porque, sorpresa, el mundo aún se asusta con una mujer que habla de sus deseos tan fácilmente como de su color de uñas. Así que detrás de un “no te preocupes” o de un “estoy bien” se esconde un mar de señales y deseos apenas velados.
Imagínate: es como jugar un juego de pistas en el que no ganará quien escucha literalmente cada palabra, sino quien sabe leer entre líneas, quien se atreve a explorar esa invitación sutil que dejamos flotando en el aire. Cuando decimos “no necesito nada,” a veces es un suave “quiero que me propongas algo interesante.” No estamos poniendo a prueba tus habilidades de telepatía (bueno, quizás un poco), pero estamos abriéndote una puerta para ver si tienes la paciencia de descubrir lo que realmente está detrás de cada palabra calculada.
Y aquí viene el secreto, caballeros: no siempre vamos a decir exactamente lo que queremos, pero sí queremos que alguien nos mire y comprenda, que vea más allá de la superficie y entienda que, a veces, solo necesitamos a alguien que tenga la elegancia de no tomarse todo tan literal. A veces, estamos esperando que ese “insisto” sea tan delicioso como las mil formas en que nos abrazas sin llegar a tocar nuestra piel.
Respuesta 7: ¿Con cuántos, por dónde y en dónde? (nuestros amores y experiencias pasadas)
Nuestras experiencias pasadas: ese pánico existencial que algunos sienten cada vez que les entra la curiosidad por saber “con cuántos.” Sí, porque no hay nada que saque a relucir esa competencia machista como el afán de hacer inventario. No puedo contar la cantidad de veces que, entre mensajes o copas, me han preguntado cosas como “¿quién la tenía más grande?” o “¿quién te ha hecho venir más?” Y claro, en esos momentos, no sé si reírme o despedirme del candidato. Porque, aunque me gusta recordar ciertas historias y puedo hasta disfrutar compartiendo uno que otro detalle en el calor de la intimidad, la competencia ridícula de algunos hombres sobre el tamaño y las estadísticas es un anticlímax garantizado.
Entonces, vamos a aclararlo: mis amores pasados, mis “cuántos” y mis “por dónde” son parte de mi historia, no de una competencia para ver quién se lleva el trofeo del mejor amante. Porque esos amores, con sus aciertos y errores, me enseñaron más que a fingir sonrisas o a decir “te quiero” a destiempo. Cada historia me dejó una lección, un gusto que descubrí, un límite que aprendí a poner. Y sí, si alguna vez tengo el placer de contarle mis historias a alguien, lo haré en la intimidad de nuestra cama, mientras me penetra y no como quien se sienta en un podio a dictar estadísticas.
Así que la próxima vez que te intrigue el pasado de una mujer, recuerda: no se trata de cifras ni de comparaciones. Porque los verdaderos encuentros no se miden en cantidad ni en centímetros; se miden en entrega y en la capacidad de estar en el presente, dejando el pasado como un libro cerrado del que sólo extraemos la esencia que nos hace mejores amantes, sin la necesidad de ganarle a nadie.
Respuesta 8: La verdad que compartimos (nuestras charlas entre amigas)
Las famosas charlas femeninas sobre sexo, cosas y hombres, ese misterio que los tiene despiertos, preguntándose si revelamos secretos o comentamos blasfemias. Pues sí, queridos, hablamos de todo. No existe un rincón de nuestros encuentros, nuestras fantasías, ni de nuestras emociones que no exploremos entre nosotras. ¿Quieres saber si platicamos sobre aquel orgasmo que nos mandó a las estrellas o sobre aquel desastre de tres minutos que aún no podemos superar? Claro que sí, y en alta definición, con todos los detalles necesarios.
Estas conversaciones no son solo un desahogo; son una forma de entendernos, de despojarnos de cualquier expectativa impuesta y de sumergirnos en el placer desde un lugar real, auténtico y sin tapujos. Es ahí, en ese espacio de confesión y camaradería, donde el deseo femenino se muestra sin filtros, donde nos ayudamos a descubrir qué queremos y cómo conseguirlo.
Y te diré algo: estas charlas nos dejan más seguras de lo que queremos en la charla, la mesa y la cama y, sobre todo, nos enseñan a pedirlo sin titubeos. Así que, en lugar de preguntarte qué decimos, mejor pregúntate cómo podrías convertirte en ese espacio de libertad, de complicidad y de cero juicio, donde nuestras palabras se sientan igual de libres contigo. Porque, créeme, cuando encontramos a un hombre que sabe escuchar, entender y responder sin asustarse, nuestras conversaciones dejan de ser solo cosa de amigas… y se vuelven secretos compartidos con ese amante de confianza, ese refugio donde podemos soltarnos y ser libres sin reservas.
Respuesta 9: Pis, pis… ¿Por qué vamos a mear juntas?
Ah, el misterio del baño compartido. ¡Oh, por Dios! Aquí se los cuento. Si pensaban que ir al baño juntas era solo una necesidad biológica, lamento desilusionarlos: el baño es nuestra sala de juntas, nuestro confesionario, nuestro consultorio y, por qué no, nuestro cuarto de guerra. Es donde se planifican estrategias, se comparten secretos y se dan los consejos más honestos —y, a veces, perversos— de la noche. Ahí dentro, nos reímos de los chistes más oscuros, nos aseguramos de que el maquillaje siga perfecto y, sí, decidimos si el amante de turno merece o no el honor de quedarse para el desayuno.
¿Y por qué juntas? Porque no hay mejor apoyo que una amiga al lado cuando decides si le das luz verde o no al que te lanza miradas desde la barra. El baño es nuestro santuario de alianzas, y lo que ahí sucede queda entre nosotras. Cuando volvemos, con delineador perfecto y una sonrisa cómplice, no intenten preguntar qué ha pasado: es uno de esos secretos de la hermandad femenina que los hombres jamás alcanzarán a descifrar. Así que sonrían, brinden por nosotras y sigan con su noche; nosotras ya tenemos el mapa listo para conquistarla.
Pero, ¿sabes? Quizá nadie te lo había confesado antes, y es que hay un motivo que trasciende la lógica de nuestras alianzas estratégicas y nuestra necesidad de retoque. Ustedes, los hombres, tienen ese don celestial de sacudirse el gavilán con la mano cuando terminan de hacer pis, y claro, nosotras no tenemos esa facilidad, ¿verdad? Así que vamos juntas para cumplir el ritual: cuando terminamos, nuestra mejor amiga nos toma de las caderas y, con toda la solemnidad del momento, nos shakea la tómbola hasta que caiga la última gota. Amiga que no sacude es como taco sin salsa: ¡simplemente no sirve!
Así que aquí lo tienen, mis curiosos caballeros, su dosis de confesiones y “secretos” femeninos. ¿Querían entendernos, descifrar los códigos de nuestra intimidad y saber qué se esconde detrás de nuestras sonrisas y miradas? Pues les he dado una probadita, una invitación al backstage de nuestros deseos, inseguridades y esas pequeñas intrigas que tanto los fascinan. Pero recuerden, queridos Sherlocks, que aunque quieran entender cada capa de nuestra feminidad, siempre habrá misterios que guardaremos solo para nosotras, que no se revelan a simple vista ni con preguntas directas. Porque, después de todo, una de las partes más fascinantes de nosotras las mujeres no es que nos dejemos descifrar, sino que, mientras creen conocernos, ya hemos cambiado el guion. Así que, la próxima vez que intenten “entender” todo lo que somos, relájense y disfruten de la historia. Si algo tenemos claro, es que a nosotras también nos gusta jugar a ser enigmas.
Y tú, ¿e atreves a descubrir lo que realmente queremos… o seguirás jugando a adivinar? Si tienes dudas, secretos que confesar, sugerencias sobre temas o sólo quieres desahogarte, escríbeme a [email protected] Juntos podemos explorar y desmitificar el placer y la intimidad sin prejuicios. Sígueme en todas mis redes (Instagram, X y TikTok), hagamos que esta comunidad cada día crezca más, y hablemos más de nuestra intimidad sin tabúes. Espero tus correos o mensajes directos en mis redes con muchas ansias. Y recuerda: “¡Siempre deseo profundamente que tus orgasmos se multipliquen!”
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