El cáncer es esa sorpresa que te da la vida para sacudirlo todo: tu identidad, tu cuerpo, y claro, tu sexualidad, porque si algo faltaba en la vida de una mujer, era complicarlo todo aún más. Escuchar esas palabras: “tienes cáncer” puede ser un mazazo directo al alma, es como recibir una invitación al peor club del que nunca quisiste formar parte. Cáncer de mama, de ovarios o cérvico-uterino. ¿Cuántas, solo al escuchar el tema, hemos agachado la cabeza o desviado la mirada por temor a que nos alcance y nos toque? En México, miles de mujeres pasan por esta experiencia año tras año, enfrentando no solo la enfermedad, sino también el reto de reconstruirse después de lo que parece una traición del cuerpo.
He visto de cerca lo que implica vivir con cáncer: Olivia, esposa de Diego, mi abuela. 58 años, 3 hijos, 3 nietos, amante del baile y de los sueños en las nubes. ¿Cómo se lleva el cuerpo a la batalla cuando la vida cambia irreversiblemente? La operación, a veces la pérdida de la capacidad reproductiva, y los efectos del tratamiento no solo afectan lo visible, sino también lo íntimo, lo que una no muestra a simple vista. ¿Quién habla de esa angustia por que la peluca no se mueva o que la ceja pintada no termine en la mejilla de tu pareja? La vulnerabilidad es feroz, pero también lo es la necesidad de seguir siendo deseada, de sentir ese toque que reafirma que, a pesar de todo, sigues siendo tú.
Y ahora hablemos de la parte que menos se toca al escuchar o leer la palabra cáncer y que realmente jode: la sexualidad. Porque, claro, ¿quién no querría añadir un toque de drama en la cama después de perder el cabello y alguna que otra parte del cuerpo? Sí, porque el cáncer no solo te roba la energía, el cabello y, en muchos casos, una parte simbólica del cuerpo, sino que también se cuela en la cama, en esos rincones íntimos donde solías sentir placer. Después de meses de tratamiento, ¿cómo diablos reconectas con ese placer? Si las relaciones sexuales antes del cáncer eran ya complicadas de por sí, con la presión social, las inseguridades y el estrés, ahora con un cuerpo que ha cambiado radicalmente, parece casi imposible.
Tras la última quimio, piensas que la pesadilla terminó, pero lo que viene es un reto mucho más profundo. El cuerpo cambia, el deseo desaparece, y te enfrentas a estragos que te hacen sentir ajena a ti misma. Cada mañana es una batalla para levantarse sin sentir que te has vuelto más frágil.
Recuperar la intimidad después del cáncer es un proceso lento y doloroso, lleno de inseguridades, de miedos. Porque ser vista tal cual eres, con tus cicatrices y tus achaques, requiere de una valentía brutal. Pero, al final, es también un acto de amor propio, de redescubrir que el placer no está solo en un cuerpo perfecto, sino en la capacidad de seguir amando, deseando, y disfrutando de tu existencia, más allá de la batalla ganada.
Imagina el escenario: te ves al espejo después de una mastectomía, y lo que ves no es solo la ausencia de senos, sino también la pérdida de ese símbolo que la sociedad ha impuesto sobre ti como mujer. Porque sí, para esta sociedad patriarcal, el valor de una mujer parece medirse en su físico, en sus curvas, en sus senos. Pero, ¿quién dijo que esos atributos son la clave para definir nuestra feminidad?
He conocido historias de mujeres sobrevivientes que me han contado, entre risas nerviosas y miradas profundas, cómo han tenido que reinventar su sexualidad. “El placer no está en los senos”, me dijo una vez una de ellas, “el placer está en la conexión emocional, en la confianza que reconstruí con mi pareja, y sobre todo, en el amor propio que descubrí después de perder una parte de mí”.
Claro, porque la sexualidad post-cáncer se convierte en una cuestión de redescubrimiento. Ya no se trata de encajar en lo que la sociedad espera de nosotras, ni de cumplir con los estándares de belleza. Se trata de una relación íntima, profunda, contigo misma, con tu cuerpo reconstruido y con tu nueva manera de percibir el amor y el placer.
Es fundamental entender que el sexo, después de un tratamiento tan invasivo como la quimioterapia o la terapia hormonal, no será el mismo. La pérdida del deseo, el dolor vaginal, la sequedad… son efectos secundarios con los que muchas mujeres deben lidiar. Y aquí es donde la conversación con tu pareja se vuelve vital. Porque si bien el cáncer afecta tu cuerpo, también puede afectar tu relación. Algunos hombres (y también mujeres) no saben cómo lidiar con esta nueva realidad. Pueden alejarse, confusos, esperando señales sobre cuándo y cómo retomar la intimidad. Pero ahí está el truco: la sexualidad post-cáncer no es una carrera para volver a la “normalidad”. Es una nueva forma de relacionarse, de descubrirse, de acompañarse.
Algunas mujeres optan por ejercitar los músculos del suelo pélvico para recuperar la flexibilidad y el control de la zona vaginal, lo que puede ayudar a disminuir las molestias durante el sexo. Otras encuentran en la terapia cognitivo-conductual una herramienta poderosa para lidiar con la ansiedad, el miedo y el estrés que conlleva vivir con cáncer o después de él. Pero todas coinciden en algo: la sexualidad, después del cáncer, se transforma.
No podemos hablar de placer sin mencionar el amor propio. Y el amor propio, para las sobrevivientes de cáncer, tiene que ver con abrazar ese cuerpo que ha luchado, que ha sobrevivido. Es entender que los senos o la matriz no definen nuestra sensualidad, que el cabello perdido no nos resta feminidad, que cada cicatriz es una medalla de guerra, una que nos recuerda que estamos aquí, vivas, deseantes, y que aún tenemos derecho a disfrutar de nuestro cuerpo.
Al final del día, el cáncer no solo afecta a quien lo padece, afecta a su círculo íntimo, a su pareja, a sus amigos. La comunicación es esencial para mantener la intimidad y el apoyo mutuo. Hablar sobre miedos, esperanzas, deseos y cambios puede ser incómodo, pero es absolutamente necesario. Si tu pareja realmente te ama y te respeta, hará lo necesario para apoyarte en este proceso de redescubrimiento de tu sexualidad, con todas las nuevas reglas del juego. Y mira que se necesita.
Porque, recuerda, la vida no se detiene cuando te dicen que tienes cáncer. Cambia, sí, de maneras que jamás habrías imaginado, pero te da la oportunidad de reinventarte. Y esa reinvención incluye tu sexualidad. Si hay algo que el cáncer no te quita, es el derecho a sentir, a desear, a disfrutar, a vivir tu cuerpo con la libertad y la autenticidad que siempre te ha pertenecido.
Al final, la verdadera batalla no se libra en la sala de quimioterapia ni en el quirófano, sino en el corazón, donde intentas recordar quién eres cuando sientes que tu cuerpo te ha traicionado. No es solo la pérdida de un seno, tu cabello o la matriz; es la pérdida de esa imagen de ti misma que la sociedad ha pintado, que tú misma has creído. Y es ahí, en esa fragilidad desnuda, donde te redescubres. Cada cicatriz, cada día que pasa, es una prueba de tu valentía, pero también de tu dolor. Un dolor que pocos pueden entender, que se clava no solo en la carne, sino en el alma. Porque ¿cómo explicar el silencio que invade una cama vacía, o el miedo de que tu pareja te vea como una sombra de lo que fuiste? Pero, ahí estás. Sigues aquí, en pie, respirando, luchando. Y aunque el cáncer haya intentado arrancarte todo, no pudo quitarte lo más importante: tu capacidad de amar y de ser amada, tal como eres, con todas tus cicatrices, con todo tu dolor. Aún eres tú, y eso, eso es lo que nunca podrán quitarte.
En México, el riesgo de desarrollar cáncer de mama, ovario o cérvico-uterino es una realidad que no podemos ignorar. Estadísticamente, 1 de cada 8 mujeres será diagnosticada con cáncer de mama en algún momento de su vida, lo que lo convierte en la principal preocupación de salud para nosotras. Aunque el cáncer de ovario y el cérvico-uterino son menos comunes, no dejan de ser una amenaza; aproximadamente 1 de cada 70 mujeres sufrirá cáncer de ovario, y 1 de cada 103 enfrentará el cáncer de cuello uterino. Esto significa que, de cada 10 mujeres a tu alrededor, 2 o 3podrían ser diagnosticadas con alguno de estos tipos de cáncer a lo largo de sus vidas. Son cifras que nos sacuden y nos recuerdan la importancia de la detección temprana y del apoyo mutuo en la lucha contra estas enfermedades. Así que hoy, cuando apartes la mirada de esta columna, voltea a ver, observa y presta atención en silencio a cada mujer a tu alrededor. Quizá, más de una esté librando una batalla interna y necesite un abrazo.
A todas las mujeres que me abrieron su corazón, su historia y su lucha, no puedo más que decirles: gracias. Gloria, Martha, Karen, Silvana, Oli, Perla, Mafer, Gaby, Ale, Romina, Clau, Majo, Laura, Ana, y todas las que compartieron ese pedazo íntimo y vulnerable de sus vidas, lo hicieron con una valentía que me desarma. Sus palabras han tejido este espacio de reflexión, y en cada letra se cuela su fuerza, su dolor, y sobre todo, su inmensa capacidad de amar. Este texto es para ustedes.
Y tú, ¿te atreverías a abrazar tus cicatrices, o seguirías ocultándolas bajo el velo del miedo? Si tienes dudas, secretos que confesar, sugerencias sobre temas o sólo quieres desahogarte, escríbeme a [email protected]Juntos podemos explorar y desmitificar el placer y la intimidad sin prejuicios. Sígueme en todas mis redes, hagamos que esta comunidad cada día crezca más, y hablemos más de nuestra intimidad sin tabúes. Espero tus correos o mensajes directos en mis redes con muchas ansias. Y recuerda: “¡Siempre deseo profundamente que tus orgasmos se multipliquen!”.
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