Toda buena historia empieza con un: érase una vez. Así me presenté hace 21 columnas, desnudándome en cada palabra, presentándome como Emily Villegas: libertina, liberal y librepensadora. Hoy, al escribir esta última entrega, ese susurro inicial se transforma en un eco que vibra en cada rincón de mi piel, recordándome lo que significa entregarse por completo. Gratitud, emoción, y un leve temblor recorren mi cuerpo como una despedida que se queda un poco más de lo que debería, como ese amante que no quieres dejar ir.
Cuando comencé a escribir para El Dictamen, no sabía qué esperar. Traía una maleta llena de historias, algunas con cicatrices, otras con besos aún frescos, y todas con una verdad latiendo en el centro. Pero lo que no imaginé fue cómo estas palabras se convertirían en refugio, en espejo, en chispa para quienes me leen. Cada columna ha sido un acto de vulnerabilidad y rebelión, un juego entre el deseo de romper con las reglas y la necesidad de abrazar lo que somos: seres hambrientos de conexión, de placer, de sentido.
Ha sido un viaje erótico y emocional, donde escribir no solo ha sido una forma de liberar mis demonios, sino también de invitar a los tuyos a bailar conmigo. Aquí, en estas líneas, hemos explorado juntos la intimidad como un territorio compartido, un lugar donde las fantasías, las dudas y los anhelos se entrelazan en un vals tan humano como prohibido. Hoy, me despido sabiendo que este espacio fue mucho más que palabras: fue una confesión, una celebración y un abrazo para quienes alguna vez han deseado algo más que lo permitido.
¡Gracias por acariciar mis letras!
A lo largo de estas entregas, he recibido cientos de mensajes. Algunos me han confesado fantasías que nunca se atrevieron a decir en voz alta; otros han agradecido porque encontraron en mis textos un alivio a culpas que arrastraban. Desde los comentarios de “nunca había pensado el sexo de esta manera” hasta los “tus columnas me abrieron los ojos,” cada palabra compartida conmigo ha sido combustible para mi pluma. Gracias por leerme, por desearme, por retarme.
Recuerdo la primera vez que alguien me escribió diciendo que mi columna había salvado su matrimonio. Esa persona, atrapada en un monógamo letargo, descubrió con mis letras que la comunicación honesta y el juego podían resucitar lo que creía perdido.
Fue entonces cuando entendí que esto no era solo un ejercicio de provocación. Mis palabras eran un espejo donde algunos se reconocían y otros se descubrían por primera vez.
Las 21 estaciones de un viaje provocador
Escribir es desnudarse, pero escribir sobre sexo es un striptease del alma. Cuando di inicio a esta columna, jamás imaginé que sería un viaje tan intenso, tan desnudo y, a veces, tan brutalmente honesto. Cada una de estas 21 entregas ha sido como un amante distinto: algunas apasionadas y salvajes, otras dulces y reflexivas, pero todas me dejaron marcas imborrables.
Desde Érase una vez, donde deslicé las primeras palabras como quien desabrocha tímidamente una blusa, hasta Cena Familiar, ese plato fuerte que desmenuzó tabúes con el morbo del incesto prohibido como aliño principal, cada columna tuvo su propio ritmo y sabor. Algunas fueron caricias suaves, como MindfulSex, donde exploramos el sexo consciente como un acto de amor propio. Otras fueron mordidas atrevidas, como A escondidas, un homenaje a la adrenalina del riesgo en público.
Hablar de sexo es hablar de todo lo que somos y lo que tememos ser. Yo, puta, Sino mata, enchula, Put* el que lo lea, y De hombres y hombres . Cada columna fue un espejo donde no solo vi reflejados los miedos y deseos de mis lectores, sino también los míos.
Estas 21 estaciones no solo han sido un mapa de nuestra humanidad compartida; han sido un viaje de resistencia. Resistir el pudor, resistir la norma, resistir el silencio. Y en esa resistencia, encontré algo más: una comunidad. Gente que leyó, que rió, que lloró, que debatió. Gente que me escribió confesándome sus deseos más oscuros o sus miedos más luminosos. Cada mensaje fue un recordatorio de por qué hago esto.
Escribir sobre sexo no es solo hablar de cuerpos y orgasmos; es hablar de poder, de control, de libertad. Es entender que cada jadeo es una revolución, cada orgasmo es una afirmación de vida, y cada tabú cuestionado es un pequeño triunfo contra las cadenas que nos atan.
Al mirar hacia atrás, no veo 21 columnas. Veo 21 actos de amor, provocación y esperanza. Y al mirar hacia adelante, veo una infinidad de historias que aún quedan por contar. Porque mientras haya cuerpos que sienten, mentes que sueñan y almas que arden, siempre habrá algo más que decir.
Decir adiós, pero no callar
Hoy cierro este ciclo, pero no me callo. La palabra escrita es mi forma de amar y ser amada, y no puedo detenerla. Continuaré escribiendo para ustedes, para mí, para quienes creen que el sexo no es pecado, sino un lenguaje, un arte y una revolución.
Este final es solo un punto y seguido. El Dictamen fue mi casa, pero las letras son mi hogar eterno. Tengo nuevos proyectos, nuevas plataformas, nuevos orgasmos literarios que compartir. Porque sí, como dije en la primera columna, “deseo que esta columna no solo te invite a reflexionar, sino que te inspire a encontrar un refugio seguro para hablar de tu sexualidad, multiplicar tus orgasmos y exprimir cada gota de placer de tu mandarina.”
Queridos lectores, gracias por caminar conmigo. Por abrir sus mentes, sus corazones y, a veces, también sus piernas, porque muchas de sus confesiones han sido tan íntimas como provocadoras. Gracias por enseñarme que no estoy sola en esta cruzada por el placer y la libertad. Gracias por inspirarme a ser valiente, irreverente y, sobre todo, humana.
Hasta siempre
Este “tan tan” no es un final, sino un llamado. Que estas 21 entregas sean el prólogo de muchas más conversaciones, de orgasmos inesperados, de secretos compartidos y de miradas desnudas al espejo. Que juntos aprendamos a amar sin culpa, a hablar sin miedo y a vivir sin cadenas, porque las palabras, como el amor, no tienen fecha de caducidad.
Antes de que se acabe el año, tómame de la mano y detengámonos un momento. Miremos juntos hacia atrás, pero por favor, hagámoslo sin prisa. Recorramos cada paso, incluso esos que parecieron no llevarnos a ningún lado. Respiremos profundo y sintamos el peso de todo lo que sobrevivimos, de todo lo que aprendimos, de todo lo que nos transformó, aunque a veces doliera.
Antes de que se acabe el año, recuerda que seguimos juntos, y así, juntos, abrazamos lo que fuimos y lo que dejamos de ser. Voltea conmigo y da gracias por cada error que nos obligó a crecer, por cada tropiezo que nos enseñó a levantarnos con más fuerza, por cada persona que llegó para quedarse y por aquellas que se fueron, llevándose un pedazo de ti, de mi, de nosotros, pero dejando lecciones imposibles de olvidar.
Antes de que se acabe el año, suéltame la mano, sin miedo, siéntate a solas con tus sueños, esos que aún están intactos, y también con los que se rompieron en el camino. Permítete llorar por lo que no fue, pero también sonríe por lo que, contra todo pronóstico, sí fue. Piensa en las veces que te sentiste perdido, perdida, perdidos y en cómo, de alguna manera, encontraste el rumbo.
Este texto es para ti, para ustedes, para quienes estuvieron ahí, siempre. Para quienes con una palabra, un abrazo o una simple mirada iluminaron mis días más oscuros. Para quienes me inspiraron a seguir escribiendo, a abrir el corazón, a creer que en este caótico y maravilloso viaje de la vida no estamos solos.
A ustedes, gracias por existir, por ser faros en noches sin luna, por las risas que ahogaron lágrimas, por los silencios que acompañaron tormentas, por las manos que ofrecieron sostén cuando todo parecía derrumbarse. Gracias por enseñarme que lo esencial nunca se compra, porque habita en los corazones que nos eligen, en los abrazos que dicen “estoy aquí” sin palabras, en los gestos que se quedan tatuados en el alma.
Al año que viene, no le pido mucho. Sólo le pido que sigamos aquí, entre risas compartidas, sueños que laten con fuerza, abrazos que calman el frío, besos que son hogar. Que no se lleve el techo que me cobija, el amor que me nutre, ni la luz de quienes están aquí, llenando mi vida de sentido.
Antes de que se acabe el año, miremos a nuestro alrededor y demos gracias. Por lo pequeño, por lo inmenso, por lo cotidiano, por estar aquí.
Este año ha sido un caos hermoso, y ustedes, quienes leen esto, son parte de ese caos. Gracias por inspirarme, por acompañarme, por recordarme que la vida duele, sí, pero también cura. Que vale la pena.
Y antes de que se acabe el año, no olvides algo: aún hay tiempo. Tiempo para decir “te quiero,” para pedir perdón, para abrazar fuerte, para creer, para soñar. Porque mientras sigamos aquí, respirando, siempre habrá tiempo para empezar de nuevo.
Con el corazón latiendo y la pluma mojada,
Emily Villegas.
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