Este noviembre cumplo mis primeros 28 otoños, el 13 para ser exactos. Y aunque parece un número inocente, la cifra ya trae miradas y mensajes curiosos por X o IG. Sí, recibo mensajes pidiendo consejos sobre cómo seducir a “una chica como yo,” Si bien no entiendo del todo esa etiqueta, intentaré describirme para quienes preguntan, como hice en mi primera columna, Érase una vez: soy una joven de 28 años, (sí, hay que irse acostumbrando al número), libertina, liberal y librepensadora. Glotona de letras, ingeniosa, erótica, romántica. Pluma orgásmica, pellejo y hueso, escaramuza de sueños rotos, mujer libre. Un ser humano al que le gustan las personas sin importar sus genitales.
Para esos caballeros de manual y tutorial de “cómo conquistar en 3 pasos,” una advertencia: pase de largo, usted y su sobaco sabio pueden seguir viendo TikToks de eruditos trespeseros, estilo Temach. Esos consejos de “control” y “seducción” con más moho que un calcetín olvidado, que prometen dominar en lugar de comprender, sólo son fórmulas tan oxidadas como el seductor de antología que las promueve. Porque, caballeros, una mujer hoy no busca clichés, sino a alguien que sepa mirarla, igual a igual, y que se atreva a reírle a la vida en la cara, sin el miedo a amar y vivir sin instrucciones.
Hace 50 años, a los 28, las mujeres buscaban estabilidad y un futuro familiar seguro; en los 80’s y 90’s, se comenzaba a filtrar la independencia, pero el cortejo mantenía algo de seriedad. Hace 15 años, el juego comenzó a cambiar de verdad, con un coqueteo donde la independencia y el romance se miraban frente a frente. Hoy, las reglas y etiquetas se disuelven, porque no se trata de galanteos vacíos ni de trucos enlatados, sino de quien se atreva a bailar con la intensidad y la complicidad. Porque lo único que vale la pena no es ni el número de pasos ni los grandes discursos, sino la profundidad con que se juega la vida.
Así que, ¿crees que tienes lo necesario para conquistar a una mujer que ya se sabe el menú? Si estás dispuesto a dejar de lado esas estrategias baratas dignas de telenovela de domingo, bienvenido, toma asiento y anota, porque aquí te va el acordeón definitivo para seducir a una “mujer como yo”. Esto no es para el amateur de la seducción; una mujer que abraza su sensualidad y se deleita en cada mirada cargada de deseo espera a alguien que realmente se atreva a estar a la altura.
1. Admira sin alardes ni altares.
Si me quieres mirar, hazlo con los ojos bien abiertos, no con una veneración hueca ni con frases ensayadas que suenan más a poema barato que a verdad. No necesito que me subas a un pedestal; mejor, mírame de frente, comprende que soy un ser humano con un par de piernas y un cerebro que exige algo más profundo. Que tu mirada sea como un buen vino: intenso y capaz de quedarse, no como aquella cita que me llevó al restaurante “elegante” se la pasó hablando de lo “guapa que soy”, “mis chinos” y lo “afortunado que él sería de ser novio de alguien como yo”, ¡carajo!
Éxito: el chico que, sin rodeos, me vió leyendo en un café, preguntó qué novela era y se interesó en cada palabra. Me habló de sus intereses, me dio que pensar… y me dejó con ganas de saber más de él.
2. Sé tú mismo.
No hay nada más aburrido que un tipo que, en su intento por impresionar, se transforma en actor de método. ¿Quieres verme interesada? No te inventes una vida; cuéntame tus rarezas, esas inseguridades que te hacen único. Las mujeres sabemos distinguir entre autenticidad y el intento fallido de ser alguien más, y créeme, no hay nada menos seductor que la falsedad. A nadie le impresiona el “no soy como los demás”. Alguna vez salí con un tipo sencillo, auténtico, que me confesó sus rarezas sin vergüenza, y que no trató de impresionarme, fue una tremenda cita.
Fracaso: el que intentó fingir que sabía de gastronomía, y había comido en “los restaurantes más top de México”, fue una pena cuando, en su intento de impresionar, se atrevió a criticar la carta de un restaurante al que jamás había ido. Su mentira quedó al descubierto cuando le pregunté sobre un plato específico y lo vi dudar, tragar saliva y recitar un invento mal ensayado. La peor parte fue ver su ego colapsar mientras yo, con un simple “Ah, mira… interesante,” me limitaba a disfrutar la escena.
3. Charla, pero sin monólogo de conferencista.
Una buena conversación es como un buen baile: necesita dos y un poco de ritmo. No te lances en monólogos interminables sobre tus logros o tus opiniones absolutas. La verdadera seducción está en el intercambio, en una conversación donde me escuchas tanto como hablas. Atrévete a retarme, a contradecirme, a seguir la danza; porque en el juego de palabras es donde empieza la verdadera conexión. No hay nada más sexy que alguien que escucha con atención, no solo esperando su turno para hablar. Y no, escuchar no es asentir con la cabeza mientras piensas en el próximo cumplido, como aquel que, después de una conversación profunda sobre mis sueños, simplemente dijo: “Eres única.” Spoiler: no, amigo, no soy un unicornio.
Éxito: el que, luego de escucharme hablar de mi amor por la escritura, me sorprendió con un libro de una autora que nunca había leído. Simple, pero efectivo.
4. Provócame con inteligencia, no con insistencia
La provocación es un arte, no un concurso de ego. Quiero que me lleves al borde de mis ideas, que me contradigas con argumentos, no con un “yo sé más”. Deja el impulso de imponer y mejor entrégate al juego de construir juntos, de dejar que nuestras mentes se rocen y nuestras ideas se entrelacen en un cruce de ideas y creatividad. Así se enciende una conversación.
Fracaso: en una ocasión, Salí con un supuesto “experto en vinos” que presumía sus visitas a viñedos y cenas maridajes. Pero al ordenar, eligió un vino que no iba con el menú, dejando claro que improvisaba. Mientras él creía que me impresionaba, yo contenía la risa viendo al sommelier lanzar miradas de compasión. A este personaje le faltaba lo esencial: autenticidad.
Éxito: en cambio, recuerdo a otro chico que tenía una sutileza exquisita para provocarme. En lugar de imponerme su conocimiento, en nuestras salidas a tomar café lanzaba preguntas que me hacían reflexionar, hasta cuestionarme. Y es que, al contrario del primer pretendiente, este hombre no trataba de demostrar nada; él se enfocaba en disfrutar la conversación y en descubrir quién era yo. En lugar de presumir de sus viajes, me preguntó cuáles eran los sabores de mi infancia, esas memorias que nunca se borran, y poco a poco dejó que yo desnudara mi historia. Ese tipo de provocación, sin necesidad de adornos, es la que me fascina. ¡Al pasar de 6 cafés tuvimos un sexo maravilloso! Toma nota.
6. Inténtalo, pero entiende que “no” significa no.
Nada apaga el interés más rápido que alguien que no sabe aceptar un límite. Si quiero marcar un alto, respétalo, la verdadera seducción está en saber leer a la otra persona. No necesito a alguien que crea que la persistencia es sinónimo de romanticismo. Si sabes respetar un “no”, te ganas puntos de oro, porque eso habla de alguien que entiende que la persuasión tiene sus límites y que el deseo se construye, no se impone.
Éxito: alguna vez salí con alguien que, cuando le dije que prefería ir despacio, sonrió, respetó mi espacio, y se volvió un maestro del arte de la paciencia. No solo me sedujo, sino que me ganó con su capacidad de esperar, de ser sutil en cada paso, sin prisas ni exigencias. Fue alguien que entendía que la seducción no es un sprint sino una danza lenta y bien acompasada. Compartimos la cama un par de veces, al día de hoy, aún somos grandes amigos.
7. Observa y presta atención en los pequeños detalles.
Quiero que notes los pequeños gestos. La seducción florece en esos detalles que a veces pasan desapercibidos, como el perfume que elegí o la manera en que me recojo el cabello. No se trata de memorizar cada cosa que digo, sino de demostrarme que estás presente. Quiero que me observes, sí, pero con sutileza, que notes cuando sonrío un poco más porque elegiste el lugar perfecto o cuando me sonrojo o emociono al hablar que realmente me importa.
Fracaso: salí con alguien que parecía un detective en vez de una cita. Alguien que, en su intento de “prestar atención,” empezó a mencionarme cada detalle de mis redes sociales. Imagina la escena: estábamos en el café y me dice: “Vi que te gustan el mezcal y el vino; además, ¿no tienes una amiga que trabaja en este lugar?”. La cita se terminó ahí mismo. El esfuerzo que pudo ser dulce, se convirtió en una recopilación de datos personales sin encanto.
8. Llega a lo profundo, sin miedo a tocar lo frágil
La vulnerabilidad no es una debilidad; es una invitación a la intimidad real. Si te atreves a explorar esos rincones, sin prisa y con delicadeza, encontrarás una conexión que va más allá de la superficie. ¿Quieres un éxito rotundo? Acércate sin prisas, con preguntas que vayan más allá de lo superficial. Quien verdaderamente seduce sabe abrir conversaciones que exploran miedos, deseos y sueños secretos, algo que toca el alma mucho más que un coqueteo sin sustancia. Pregunta lo que otros no se atreven, indaga en lo que no tiene respuestas fáciles.
Éxito: alguna vez llegó alguien, quien, sin que yo se lo pidiera, habló de sus miedos de una forma auténtica. No se trataba de impresionarme; sus palabras me permitían conocerlo en sus momentos de derrota y sueños aplazados. Así fue como dejamos de ser dos desconocidos para convertirnos en un refugio mutuo, donde la conversación abría caminos invisibles, algo que hace que el deseo sea genuino y perdure.
9. Ríe conmigo, pero no seas un payaso.
Nada enamora más que un hombre que puede hacer reír y reírse de sí mismo. El humor abre puertas, sí, pero solo si no se convierte en un espectáculo. Si me haces reír, ya tienes medio camino recorrido; si puedes reírte de tus propios errores, lo tienes casi ganado. La risa compartida es el mejor preludio para cualquier aventura, y en la capacidad de reír juntos radica la complicidad que vuelve a todo más placentero.
Fracaso: salí una vez con alguien que confundía sarcasmo con burla. Cada intento de “humor” era en realidad una serie de comentarios sobre mí, mis gustos, o incluso mi risa. Al final, lo único memorable de esa salida fue lo rápido que quise que terminara.
Éxito: luego conocí a alguien que no temía hacer el ridículo e inventar “pasos” en la pista de baile y, al tropezar, se rió de su caída, mientras me hacía reír también. La capacidad de reírse de su propio desliz nos dejó relajados y, sin pensarlo, abrió la puerta a una complicidad que transformó esa noche en una de mis favoritas.
En el juego actual del amor, el deseo, el sexo y la seducción, los roles y las dinámicas de género han cambiado de piel tantas veces que los viejos trucos ya no encuentran espacio. Hoy, el poder no se encuentra en “tener” a alguien, sino en saber crear un lazo auténtico donde ambos se reconocen, se respetan y, sobre todo, se eligen sin máscaras. Una mujer que sabe lo que quiere no necesita un espectáculo, sino un aliado; alguien que no tema la intensidad de su deseo de libertad ni la autenticidad de su compañía. Conquistar hoy no es impresionar, sino desnudarse de artificios, dejando que la conexión sea el verdadero lenguaje.
Deseo que este sea un maravilloso mes para ti, querido hombre, y que en esta columna encuentres algo más que un manual de trucos para conquistar a “mujeres como yo”. Que te aventures a explorar la autenticidad de tu propio deseo, dejando de lado los artificios y los roles caducos. Porque, al final, lo que una mujer fuerte y libre busca es alguien que se atreva a ser real, que no esconda ni se proteja detrás de fórmulas. ¡Disfruta las mandarinas! son deliciosas.
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