“Me lo regalaron”, “siento feo tirarlo porque me lo dio mi ahijada”, “es que me costó mucho dinero”, “a lo mejor algún día lo necesito”, “que tal que vuelvo a ser de esa talla”, “es que esta casa me trae recuerdos porque aquí crecieron mis hijos”, son algunos de los muchos pensamientos que nos decimos cuando tenemos que decidir en si deshacernos de ese objeto, o no. Ante esto, aparecen distintos sentimientos, el ego, los miedos hablan y el objeto se queda.
Los apegos se van haciendo más fuertes a medida que vamos creciendo, pero no sé si eso tenga que ver con la edad. Tenga que ver con que vemos la muerte más cerca o simplemente porque le empezamos a dar más valor a las cosas. Lo cierto es que crecer duele y soltar más.
¿Eres de los que no puede deshacerse de nada porque sientes que simplemente tiras una parte de ti?
Cuando somos niños es más fácil regalarle un peluche a alguien o una blusa a una prima o conozco gente que con tan solo le digas: “ay que lindo tu collar” te dice: “toma te lo regalo”, pero cuando crecemos ya nada es igual.
Esta práctica se vuelve cada día más difícil, el apego, las emociones, los recuerdos se van apoderando de nosotros y es tan imposible soltar. Todos sabemos que cuando nos morimos no nos llevamos absolutamente nada, pero creo que nos aferramos a esa última parte, creo que es falso porque en ese último segundo antes de cerrar los ojos te llevas todos los recuerdos, te llevas todas las memorias.
Ya sé que es un cliché pero pasa la película de tu vida y también son los olores de tu vida, la sensaciones de tu vida, la música de tu vida, y si todo eso está plasmado en un papel, en un recuerdito, en una canción, hace mucho más difícil desprenderte de todo eso cuando vas creciendo.
Yo me acuerdo que de niña odiaba que mi mamá tuviera los clásicos recuerditos de los 15 años, de la boda, de cualquier cosa, siempre había un recuerdito, me chocaba limpiar el librero porque tenía muchísimas cosas y se hacía rápido polvo. Ahí estaba el del bautizo de mi prima que ya tiene 30 años y lleva tres hijos. Le decía ya mamá tíralo por favor.
Créanme ahora la entiendo.
Esto surge porque mi papá está apunto de vender la casa en donde vivimos nosotros. Y yo estaba muy en paz con el hecho. Pero de repente nos invadió ese sentimiento de que se va algo material pero también memorias y momentos, y dije: ¿Qué me está pasando si yo antes me desprendía de todo con tanta facilidad?
Se dice que estamos en apego cuando la necesidad por tener algo se convierte en un imprescindible.
Las distintas formas de apegarse a los objetos varían, pero pueden ser: la vinculación emocional, los apegos al pasado o el miedo a la escasez.
Nos da miedo lo que vamos a ser o en lo que nos vamos a convertir si dejamos de tener todo lo que nos convierte en quien somos.
Así que si tu mamá, tu papá o si tú ya estás en esa edad y te es difícil desprenderte de todo, estás viviendo una etapa de apego.
El apego nos puede perjudicar porque nos crea la fantasía de tres cosas:
● Qué nos va a hacer felices
● Qué nos va a dar seguridad total
● Qué dará sentido a nuestra vida
Entonces ¿Qué hacemos?
Practica la gratitud:
Practicar la gratitud es una excelente manera de centrarse en el momento presente. Cuando nos centramos en aquello por lo que estamos agradecidos, nos volvemos más conscientes de las cosas positivas de nuestra vida y nos centramos menos en lo que no tenemos o en lo que nos tenemos que deshacer.
Recuerda que dejar de apegarte a las cosas materiales es un proceso que lleva tiempo y práctica. No es algo que se pueda lograr de la noche a la mañana, pero con paciencia y perseverancia puedes aprender a disfrutar del camino y vivir una vida más plena.
Comienza a vivir el momento presente. Abre tu mente y los brazos para recibir cosas nuevas. Acepta la incertidumbre y confía en que todo saldrá bien al final.
¡Es un nuevo comienzo, esta vida aún no termina!
Por Isis Zavala
Síguenos en Twitter @ElDictamen
O si lo prefieres, en Facebook /ElDictamen.
Y también en Instagram: @ElDictamen
Más noticias: AQUÍ